Desde
los albores de la humanidad, el
ser humano ha tendido a clasificarse, a ubicarse a un lado de
las cosas y no al otro.
En
algún momento de la prehistoria, uno de nuestros antecesores decidió separarse
del grupo matriz en el que había nacido y constituyó un nuevo pueblo, idéntico
en lo genético pero socialmente diferenciado. No tardarían mucho en aparecer las
primeras guerras, que desde entonces acompañan al despreciable ser que, por ser
único, es capaz de matar, sin que la excusa sea el hambre o el afán
reproductivo, como ocurre en el extenso y muy variado mundo animal.
Nacieron
pues así los primeros pueblos claramente diferenciados. Algunos se hicieron
cultivadores, otros, cazadores, y otros más, pastores o granjeros. Unos pocos,
se dedicaron a intercambiar legumbres y verduras por carne de caza y aves de
corral, y así nacieron los primeros intermediarios, seres no productivos que vivían
de los beneficios que conseguían en el canjeo de aquellos alimentos.
Pronto,
supongo, en alguno de esos poblados alguien se dio cuenta de que uniéndose a
aquellos que producían lo que allí escaseaba mejoraba su forma de vida, y como
no, haciendo uso de la mejor moneda conocida por aquel depravado mono, concertó
el primer matrimonio de conveniencia. Nacieron así las primeras alianzas.
El
tiempo, la climatología y el aislamiento fueron diferenciando a los distintos
pueblos, conformando la variedad de colores y formas que hoy presentemos, hijos
de un mismo padre/madre ancestral, deformados por el cruce genético entre los
distintos pueblos.
Hoy,
nos esforzamos por marcar nuestras diferencias, clasificándonos taxonómicamente
como únicos. Somos europeos o americanos, somos alemanes o españoles, somos
catalanes o andaluces, somos sevillanos o malagueños, somos coinos o alhaurinos,
somos verdes o morados, somos del madrid o barça, rojos o azules, republicanos
o monárquicos, independentistas o unionistas, de la casta o descastados, y así,
hasta el infinito, somos… únicos.
Ese
afán de clasificarnos, de sentirnos identificados con grupo afín es lo que nos
une, y a la vez, es lo que nos separa.
Aunque
nuestro ADN sea prácticamente idéntico, en lo mental las diferencias entre las
personas son enormes
Un
europeo, español, andaluz, malagueño, alhaurino, de los verdes, del madrid,
socialista, profundamente republicano, ante un gran derbi entre el madrid y el barcelona disfrutará
más con la derrota del contrario que con la propia victoria. El ganador no es
feliz por el hecho de ganar, sino por la humillación que le supone al “adversario”…
Prueba de ellos es que cuando el rival de nuestro enemigo es otro, y vence, celebramos
la derrota…
Como
somos…
Socialdemocratas
o liberales, demócratas o republicanos, de izquierdas o de derechas, blancos o
amarillos, politeístas o monoteístas, cristianos o musulmanes,…
Si
en lugar de etiquetarnos, de diferenciarnos, fuésemos capaces de identificarnos
como componentes de esa especie única que es el ser humano, si los valores altruistas que
circulan ancestralmente por nuestras venas (el altruismo es de todas la mejor
arma de defensa de nuestra herencia genética) afloraran, si de verdad nos lo propusiéramos,
si que seriamos el ser
supremo, la perfecta obra de los dioses en los que algunos creen, capaces de
luchar contra cualquier adversidad, de superar cualquier reto, de vencer la
enfermedad, el hambre, la penuria, la miseria, la sed… Igual seriamos capaces
incluso de perpetuarnos en lugar de destruirnos.
Bastaría
casi con eso…
Yo,
para clasificarme de alguna forma (parece ser inevitable), y obviando mis orígenes,
solo quiero ser… ciudadano de un lugar llamado MUNDO, y no es publicidad…
Y
tú, … ¿de quien eres?
Jose
Ramiro, bloguero.
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