Este artículo está inspirado en una conversación informal con mi buen amigo Eduardo... Bueno, el ya sabe quien es.
Vivimos
los españoles dentro de una estructura formada por un buen montón de países que
configuran Europa, que a su vez es dependiente de las grandes economías
mundiales como son algunos países de nuestro entorno, los Estados Unidos de América y algunas potencias del este.
Vivimos
en una mancomunidad de países donde hay europeos de primera y de segunda clase,
los hay que viven en auténticos paraísos donde el bienestar social y los
derechos priman sobre cualquier otra razón y los habemos que vivimos donde esos
mismos derechos sin violados constantemente y donde el bienestar social es cosa
de nuestro pasado más reciente.
Grecia,
Portugal, España, Italia, y algún otro somos los de la segunda clase, mientras
que noruegos, fineses, suecos o alemanes (casi todos) pertenecen a la primera.
Visto
así, España debería independizarse de Europa, o al menos de la Europa de los
ricos que solo piensan en seguir enriqueciéndose aun a costa de los de segunda
clase.
Debería
asociarse con el resto de los que peor estamos y así poder defender los
derechos y las necesidades comunes desde un frente más amplio y con posibilidades
ante la enorme fuerza del dinero de los bancos de la privilegiada primera
clase. (A este nivel, en Europa pasa como con la izquierda española, que
discute matices y se mantiene en la desunión mientras la derecha recupera
fuerzas de las ficticias victorias que nos relatan, grandes mentiras y verdades
a medias)
España
esta formada por 17 comunidades autónomas y dos ciudades-autonomías. Las
necesidades en cada una de ellas difiere de las de sus vecinos, y no es igual
vivir en el País Vasco o Cataluña, donde aun sobrevive una cierta industria,
que en Andalucía, comunidad en la que resido, donde nuestra industria solo es
el sol, la montaña, los hoteles y los chiringuitos de playa, donde el tejido
empresarial lo forman un enorme batallón de autónomos, unas pocas empresas, un
ejercito de parados y unos sobrevalorados parques tecnológicos en su gran mayoría
rellenados con multinacionales que buscan suelo barato y salarios del tercer
mundo.
Y
como bien que Andalucía se siente de alguna forma distinta del resto de
las comunidades (no
olvidemos que en nuestra herencia genética esta profundamente marcado los
cientos de años de permanencia de los árabes en nuestra geografía, que por
cierto, no fue reconquistada como nos dicen los libros de historia, fue
conquistada, cosa innegable después de casi ochocientos años de dominación árabe), e históricamente desde la triste transición ha estado gobernada por los socialistas, en
tiempos de gobiernos centrales de otro signo, la discriminación y el
enfrentamiento es evidente, cuando no de derecho, si de hecho.
Por
tanto, me sumo desde aquí a las propuestas soberanistas de catalanes, vascos y otros
pueblos de nuestra geografía, y pido, también para nosotros, los andaluces, el
derecho a decidir.
A
decidir si queremos ser españoles y andaluces, solo españoles, o solo
andaluces, si queremos ser una nación independiente, si queremos ser o no parte
de la Europa de las naciones o ser simplemente nuestra nación, decidir como
debe ser nuestro futuro y con quien debemos o tenemos que endeudarnos, expulsar
a los salvapatrias de otras regiones que vienen con la boca llena de promesas y
los bolsillos vacíos de recursos, librarnos de los que recortan, de los que
privatizan, de los que negocian con nuestro viento que mueve esos grandes
molinos energéticos y que nos cargan impuestos por utilizar nuestro sol, de los
que quieren hacer desaparecer la sanidad publica y de los que roban
sistemáticamente de la hucha de nuestros impuestos, de los enchufados y de los
enchufistas, de los amigos de lo ajeno y de los que malgastan nuestros fondos, de
los que marcan el precio de nuestro aceite, de los que revientan nuestras
bellas costas con apartamentos que no se venden y faraónicas obras a medio
terminar, de los especuladores que ganan con las recalificaciones de suelos rústicos
que multiplican su precio de forma exponencial y de políticos que han hecho de
lo que debiera ser su vocación una profesión. Y pido ese derecho para cada uno
de los pueblos de España, ya que la equidad, en política, en nuestra política,
no existe
Dentro
de Andalucía, vivo en un barrio de Málaga que en tiempos fue un diseminado, es
decir, una zona residencial de uso exclusivo para los residentes allí.
Con
el paso de los años y el maldito boom inmobiliario, aquello que eran cuatro
bloques de pisos y algún pequeño grupo de adosados ha ido creciendo y creciendo,
hasta que algunas de nuestras calles, sin salirte de ellas te llevan hasta el mismísimo
centro de la capital.
A
la vez que en nuestra vecindad nacía el gran Campus Universitario de Málaga se
fueron urbanizando calles y avenidas, plazas, parques y como no, rotondas.
Como
buenos vecinos, pagamos nuestros impuestos municipales, nuestro IBI, nuestras
tasas por recogidas de basura, nuestras otras tasas inventadas y reinventadas
por los ayuntamientos, nuestros consumos de agua y nuestras facturas de la luz
y teléfono.
Como
bien que mi modesto edificio contiene a dieciséis familias, entre todos soportamos
además los gastos comunitarios, de limpieza, mantenimientos y gastos propios
del edificio.
A
la vez, nuestro edificio esta dentro de una mini urbanización que dispone de
una relativamente privada zona común con otros 15 pequeños bloques más. Y por
tanto, también pagamos religiosamente nuestra cuota económica correspondiente
por esas zonas comunes de uso privativo.
Nuestro
ayuntamiento, interpretando la ley de forma absurda, mantiene que nuestro barrio
es un diseminado, a pesar de que como digo alguna de nuestras avenidas conecta
con el centro de la ciudad, de que la universidad es parte de nuestro entorno y
que en nuestro barrio existen múltiples residencias universitarias, de que el
metro recién estrenado llega casi hasta nuestra puerta y de que nuestras calles
son paso casi obligado del transporte
publico hacia otros barrios, de que somos vecinos del gran Hospital Clínico Universitario
de Málaga, y las ambulancias recorren nuestras calles minuto si minuto también,
de que nuestros locales comerciales contienen una de las mas consolidadas zonas
de ocio de la ciudad. Y
como nuestro gobierno local entiende que no formamos parte del casco urbano de
la ciudad, nos ha obligado a constituir una entidad de conservación de la zona,
que también pagamos religiosamente, eso si, a las empresas que municipalmente
designan los políticos de turno asesorados por sus cientos de consejeros que
son poco más que caros floreros de adorno en las reuniones municipales donde se
toman las grandes decisiones sobre nuestra vida de ciudadano.
Visto
esto, y teniendo en cuenta que todos los gastos que se producen en nuestra zona
son soportados por los vecinos de la misma, quiero reivindicar la independencia
de mi barrio.
No quiero seguir formando parte de un municipio que me discrimina
con respecto a alguien que vive en Calle Larios, en el mismísimo centro de Málaga, sometiéndome
a una doble y a veces mas que doble imposición. Quiero poner fronteras en los
limites de lo que dicen es un diseminado y autorizar o desautorizar a mis
visitantes, quiero decidir quienes cuidaran mis jardines y quien me venderá las
lámparas de las farolas, quien podará mis árboles y cuando y quien limpiará mis
calles, quiero decidir si los autobuses que van en dirección a otros barrios
pueden pasar por mis calles y decidir si hace falta un semáforo u otras cosas,
quiero que el césped de mis jardines sea natural y no el artificial que vende
la empresa amiga de turno, quiero menos surtidores de gasolina y mas arbolado
sostenible, quiero un parque de perros limpio y bien atendido y que las
instalaciones publicas sean publicas y no cedidas a empresas privadas, quiero
poner barreras a los políticos que vienen a inaugurar rotondas o nuevas zonas
de aparcamiento o esparcimiento y quiero menos barreras arquitectonicas para los discapacitados
físicos, quiero un parque de perros limpio y bien atendido en lugar de un vallado que se embarra con las primeras lluvias, con dos bancos dejados caer y una papelera junto a esos bancos que con el calor del verano desprenden un hedor insufrible, y
quiero que las instalaciones publicas sean publicas y no cedidas a empresas privadas, quiero tener el derecho a decidir que me
otorga una constitución, al menos en apariencia, democrática.
Quiero
negociar por mi mismo con las empresas de suministros, con las que pintan el
asfalto, con las que reparan aceras. Con los bancos quiero negociar mis
condiciones y mis intereses, quiero conocer al dedillo las cuentas comunes y
quiero determinar quien, cuando y como las va a administrar. Quiero que
soterren las líneas de alta tensión que sobrevuelan nuestras calles y que
desaparezcan las antiestéticas y monolíticas, aunque generadoras de enormes campos estáticos,
torres eléctricas que forman parte de nuestro mobiliario urbano, que las telefónicas negocien con nosotros donde poner sus
antenas y que alguien repiense (igual algún consejero “espabilao” que se dice
en mi tierra) porque el metro corta el Campus universitario en forma de tranvía
partiendo en dos, con una enorme cicatriz metálica y de traviesas que impide el
cruce de los alumnos de forma racional (además de cortar el principal acceso
al Hospital)
Quiero
montar la republica independiente de mi casa, de mi urbanización, de mi ciudad
o pueblo, de mi país, de las Europas de dos velocidades a las que geográficamente
estoy atado... de mi VIDA. Quiero tener la oportunidad de DECIDIR.
Las
voluntades comunes, aun en mínimas estructuras dan los mejores de los mejores
resultados.
Bienvenidos
a ella, a mi republica independiente, los que así pensáis y así os sentís.
Jose
Ramiro, bloguero
(Nota:
no es publicidad del monstruo nórdico de los muebles baratos para el que todos
alguna vez hemos trabajado – gratis – de montadores, aunque para lo de la
republica, espero que el manual sea claro y bien explicado)
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